Durante años, vi pasar frente a mis ojos un desfile interminable de “gurús del trading” en redes sociales. Hombres con relojes brillantes, autos deportivos y frases motivacionales que sonaban más a marketing barato que a enseñanza real. “Gana dinero mientras duermes”, “trabaja desde la playa con solo una laptop”, “hazte rico en 30 días”. En serio, ¿quién se cree eso?
Siempre he sido de los que se lanzan sin pensarlo mucho. Me gusta probar cosas nuevas, experimentar, buscar alternativas fuera del camino tradicional. Tal vez por eso, a lo largo de los años, he probado todo tipo de “negocios” por internet: dropshipping, marketing de afiliados, criptomonedas, encuestas pagadas… incluso intenté vender productos por catálogo.
Siempre me atrajo la idea de hacer que mi dinero trabajara por mí. Lo escuché muchas veces: “No se trata de cuánto ganas, sino de cómo lo haces crecer”. Y aunque entendía el concepto, algo me detenía siempre que intentaba dar el siguiente paso: el miedo a perderlo todo.
Durante mucho tiempo pensé que el mundo del trading no era para gente como yo. Siempre lo vi como un universo reservado para matemáticos, economistas o personas con corbata que trabajaban en grandes oficinas frente a diez pantallas llenas de gráficos.
Hablar del mercado de valores en estos tiempos es entrar en un terreno cambiante, sensible y, a la vez, lleno de oportunidades para quienes saben observar más allá de los titulares. Desde hace algunos años, y especialmente después de los giros económicos globales recientes, mucha gente se ha replanteado su relación con las inversiones tradicionales.
La verdad, nunca me imaginé escribiendo algo así. Siempre fui de los que pensaban que eso de ganar dinero por internet era solo para influencers, youtubers o gente con muchísimo tiempo libre. Yo tengo un trabajo de oficina, cumplo horarios, y como muchos, veía mis ingresos llegar… y también irse volando en renta, comida, y lo que fuera saliendo.